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miércoles, octubre 26, 2011

"Ham", el primer chimpancé enviado al espacio

El 31 de enero de 1961 la NASA lograba otro hito en su programa espacial: un chimpancé conquistaba el espacio 10 semanas antes de que lo hiciera el cosmonauta ruso Yuri Gagarin. En aquel momento, un chimpancé llamado Ham colocaba su nombre junto al de la perrita Laika como uno de los animales más famosos que han viajado al espacio.

"Ham"

Ham, también conocido como Astrochimp, fue el primer chimpancé lanzado al espacio en el programa espacial estadounidense. Las letras de su nombre corresponden a las del laboratorio que lo preparó para su misión histórica - el Holloman Aerospace Medicina Center, ubicado en la Base Aérea de Holloman en Nuevo México.
El chimpancé nació en 1956 en Camerún, fue capturado por cazadores de animales y vendido a una granja de aves raras en Miami, de donde fue comprado por la Fuerza Aérea de Estados Unidos y llevado a Base Aérea de Holloman en 1959 cuando tenía tres años.


En la Base de Holloman originalmente fueron preparados 40 chimpancés con la finalidad de ser lanzados al espacio. Luego de la primera evaluación este número se redujo a 18 y por último quedaron sólo 6, entre los que por supuesto se encontraba Ham. Oficialmente el chimpancé era conocido antes de su vuelo como N º 65 pero fue bautizado como "Ham" después de su exitoso regreso a la tierra. Esto de los nombres se manejaba así porque en caso de que la misión fracasara, los funcionarios querían evitar que la prensa malinterpretara la muerte de un chimpancé, ya que no eran mascotas, sino sujetos de experimento. De todas formas, antes de llegar a la base naval, Ham había sido conocido como Chop Chop Chang .


Desde que llegó a la Base Aérea Holloman en 1959, Ham fue entrenado en Laboratorio Médico Aero para hacer tareas simples, midiendo su tiempo de reacción y respuesta a luces y sonidos. En sus vuelos de entrenamiento, el chimpancé fue condicionado para que empuje una palanca durante un lapso de cinco segundos después de ver un destello de luz azul. El condicionamiento del animal lo lograron de la siguiente manera: en caso de no hacerlo se le castigaba con una leve descarga eléctrica a la planta de los pies, mientras que cada vez que empujaba la palanca se le daba un plátano.


Lo que hace diferente a la misión de Ham de todos los otros vuelos que se ensayaron con primates, es que Ham no actuó solamente como pasajero y porque los resultados de su vuelo de prueba condujeron directamente a la misión del astronauta Alan Shepard el 5 de mayo 1961 a bordo del Freedom 7.

Alan Shepard en el Freedom 7

El 31 de enero de 1961, Ham formó parte de una misión para el Project Mercury y fue lanzado desde Cabo Cañaveral a un vuelo suborbital que lo llevó a elevarse 253 Km a una velocidad de 9500 Km/hora. Esta misión era para monitorear sus signos vitales y vigilar sus tareas desde la Tierra. La cápsula también sufrió una descompresión durante el vuelo (es muy probable que a propósito), pero el traje espacial de Ham le impidió sufrir daño alguno. También se dieron cuenta con su empuje de palanca que el rendimiento en el espacio era sólo una fracción de segundo más lento que en la Tierra, lo que demostró que este tipo de tareas se pueden realizar en el espacio y sincronizarlas con la tierra.


Al regreso, su cápsula cayó en el Océano Atlántico y fue recuperado por un barco de rescate sólo con una pequeña magulladura de nariz. Su vuelo había durado 16 minutos y 39 segundos.

El famoso "apretón de manos" de bienvenida. Después de su vuelo en el cohete Mercury-Redstone, Ham es recibido por el comandante del barco de rescate

Primeros chequeos a su regreso

Después de su exitoso cuarto de hora en el espacio, Ham vivió durante 17 años en el Zoo Nacional de Washington, DC, y luego fue transferido al Zoo de Carolina del Norte antes de su muerte a la edad de 26 años el 19 de enero de 1983.

Después de su muerte el cuerpo de Ham fue entregado al Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas para su respectiva autopsia. Se decidió que la AFIP retendría el esqueleto Ham para estudios posteriores. El resto de su cuerpo, sin el esqueleto, fue enterrado con una placa conmemorativa. Su esqueleto actualmente se encuentra en el Museo Nacional de la AFIP, donde se lo conserva junto a los restos de soldados de la Guerra Civil Americana.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4

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martes, agosto 16, 2011

Congo, el chimpancé que se codeaba con Dalí y Picasso

A mediados del siglo XX el biólogo Julian Huxley había notado que a ciertos gorilas les llamaba la atención el reflejo de sus sombras sobre la pared. De hecho, hizo anotaciones sobre uno en especial, que se quedó mirando fijamente su silueta y comenzó a delinear imaginariamente su silueta con los dedos.
Cuando Huxley trató de reproducir la experiencia bajo métodos controlados de laboratorio, les proyectó a propósito sombras con una lámpara, pero jamás volvió a captar la atención de los simios. Ya ninguno mostró interés particular en las sombras. A pesar de la decepción, Huxley propuso que el origen del arte gráfico humano pudo haber comenzado con este tipo de experiencias: Trazando las sombras proyectadas por el sol, sombras que entraban a las cuevas de nuestros antepasados.

Julian Huxley

En el siglo pasado hubo muchos investigadores y científicos que se preguntaron si el arte pictórico era algo adquirido o innato en los seres humanos y, creyeron que la mejor forma de saberlo, era dándoles crayones y papeles en blanco a gorilas en cautiverio. Algunos de estos científicos hicieron sus estudios independientemente.
Entre los investigadores interesados en el tema, se encontraba el etólogo Desmond Morris, que con sus experimentos comprobó que los gorilas tienen un cierto sentido de la composición, ya que dibujaban círculos y trazaban distintas figuras en el papel. El problema es que sólo lo hacían cuando recibían una recompensa, y pronto dejaron de tener interés en el arte. Los dibujos empeoraron de a poco y ya no mostraban la sincronía de los anteriores.

Fue en 1956 cuando el mismo Morris decidió enseñar a dibujar a un nuevo chimpancé, pero esta vez, sin gratificaciones ni estímulos. Su nombre era "Congo" y tenía dos años de edad.

Desmond Morris y Congo

Los resultados fueron muy interesantes y los recogió en su ensayo La biología del arte, donde cuenta las experiencias con el simio.
Al inicio, para dibujar o pintar, Congo utilizaba indistintamente ambas manos. Empezó agarrando la herramienta (brocha o pincel) con cuatro dedos, pero con la práctica aprendió a sujetarla entre el dedo pulgar y el índice sin que nadie se lo enseñara. Con este cambio adquirió mayor control sobre sus herramientas y se produjo un avance en la variedad caligráfica de sus dibujos.
La capacidad de concentración de Congo variaba. El científico se dio cuenta que mientras más concentraba el chimpancé, su movimiento corporal se reducía al del brazo y se inclinaba mucho sobre el papel, produciendo ligeros sonidos guturales mientras trabajaba.


Congo con el tiempo aprendió a utilizar el pulgar y el índice para tomar el pincel

Las sesiones se llevaron a cabo con el chimpancé sentado en una silla para niños con una bandeja especial, sobre la cual se colocaba el papel, controlando así la orientación del dibujo.
Cuando utilizaban pintura, el mismo investigador le mojaba los pinceles con los distintos colores y se los pasaba uno a la vez. Morris adoptó este método, porque a Congo algunas veces le daban sus pataletas y se ponía a mezclar todos los colores hasta terminar con un sola mescolanza.

El científico también utilizó las mismas pruebas que otro investigador -Paul Schiller- había empleado con otra chimpancé diez años antes. Le acercaba a Congo hojas en blanco y otras previamente marcadas con alguna forma geométrica. Al final del estudio se llegó a las siguientes conclusiones:

  1. - Congo mostraba simetría en sus composiciones y limitaba el dibujo a la superficie de la hoja y era capaz de reconocer las esquinas.
  2. - En las hojas en blanco concentraba el dibujo en el centro y tenía tendencia a pintar líneas radiales, tipo abanico, un tema que repetía con mucha frecuencia.
  3. - En hojas previamente marcadas con una sola figura, dibujaba o marcaba adentro si era grande, encima si era mediana y la ignoraba si era pequeña. Curiosamente marcaba en el lado opuesto si la figura no venía centrada.
  4. - En hojas previamente marcadas con múltiples figuras, rayaba sobre cada una de ellas suavemente y otras veces las juntaba mediante líneas.


Tendencia de Congo a pintar líneas radiales, tipo abanico, centradas

Los experimentos que se habían hecho con otros primates dieron resultados similares, pero también se notaba que había idiosincrasias individuales o, tal vez, de especie. Por ejemplo, la gorila adulta Sophia, del Zoo de Rótterdam, no marcaba esquinas ni dibujaba abanicos, sino que sus dibujos se formaban a base de garabatos zigzagueantes inconfundibles. Bien podríamos decir que tenía su propio estilo.

Garabatos de gorila Sophia

Desmond Morris cuenta también que una vez le quitó a Congo sus papeles y pinturas cuando estaba dibujando algo similar a un ventilador. Más tarde, cuando se lo devolvió, él retomó su trabajo en el mismo punto en que lo había dejado, mostrando así que tenía un objetivo y que no eran simples manchones

Desmond Morris y Congo

A la edad de cuatro años, Congo ya había realizado algunos cientos de obras y Morris mostró algunas de ellas en el programa de televisión Zoo Time que tenía por aquella época en la cadena británica ITV. Rápidamente los críticos de arte encasillaron su estilo como “lírico abstracto impresionista”. Las reacciones ante tales obras fueron desde el escepticismo hasta la admiración absoluta.
Tanta era la novedad por los cuadros de Congo, que el mismo Pablo Picasso tenía un cuadro del chimpancé colgado en una pared de su casa en París, que le fue obsequiado por Morris en los años sesenta. Joan Miró cambió dos de sus bocetos por uno de Congo (en una muy curiosa anécdota) y el polémico Salvador Dalí, declaró en una ocasión que Congo era el verdadero humano, mientras que el pintor abstracto Jackson Pollock era un animal.

Joan Miró el día que cambió dos bocetos suyos (con Morris) por un cuadro de Congo

En el año 2005, la casa de arte Bonham esperaba que tres cuadros pintados por Congo en 1957, alcanzaran a venderse en unas £800 (US$ 1,300), pero se sorprendieron al ver que durante el remate el precio alcanzó las £16,000 (US$ 26,000) después de una prolongada puja de ofertas en su local de Londres. En aquella subasta también se ofrecieron obras de Renoir y Warhol que no se vendieron.

El comprador de las obras de Congo fue Howard Hong, un californiano que luego del remate declaró que había estado dispuesto a pagar hasta el doble. Declaró también que en un momento se preocupó de que superaran su oferta, por lo que se había puesto en contacto con algunos amigos para recaudar hasta US$ 50,000 en caso de haber sido necesario.
"Muchas personas me han dicho que hubiese sido más barato comprar un chimpancé y ponerlo dentro de una habitación con un poco de papel y pintura. Pero a nivel artístico, cuando vi las pinturas me llamaron la atención. Su estilo es parecido a las primeras obras de Kandinsky. Lo único que lamento, es que Congo no aprendió a firmar sus obras".

Cuadro de Congo

Howard Rutkowski, experto en arte impresionista y moderno, dijo en una ocasión que Congo debería ser reconocido como el artista más célebre del reino animal. "No se trata de cualquier chimpancé. Estamos hablando de Congo", dijo. "Si tu eras dueño de Congo, podías codearte con amistades como Picasso y Miró. Desmond Morris intercambiaba pinturas de Congo con las de esos artistas. Quizá el cuadro de Congo que adquirió Miró, tenga más valor que el Miró que adquirió Desmond Morris".

Respecto a esto, Morris decía que Congo era raro porque era el único pintor no humano, que se ocupaba más de su arte. Mientras otros animales quizá pintaban por accidente, Congo siempre demostró que su obra nunca fue por accidente ni suerte. De hecho, si tratabas de interrumpirlo mientras pintaba, hacía una rabieta. Si tratabas de que continúe pintando sobre una obra después de que el chimpancé la dejaba o consideraba “terminada”, simplemente no lo hacía. "Yo le ofrecía pinceles, brochas, pero él sólo me miraba".

Cuadro de Congo

Puede ser que el arte de los simios no arroje luz sobre los orígenes del arte y que resulte ser tan solo una práctica lúdica, pero fijémonos en algo: a lo largo de la carrera artística de Congo, y de algún otro simio, se notaba la posible existencia de un motif. En el caso de Congo ocurrió una vez cuando dibujaba un abanico. En lugar de realizarlo de arriba hacia abajo, como era su costumbre, con gran concentración lo pintó de abajo a arriba. Puede que tuviera en mente el "motif" del abanico y estaba introduciendo una innovación. Es posible que a través de la repetición de una forma, pueda crearse una representación mental de la misma. Parece ser que Congo “sabía” lo que pintaba, que tenía un objetivo.


Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

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domingo, noviembre 21, 2010

"Bobby", el perro fiel de Edimburgo

John Gray fue un jardinero que llegó a Edimburgo, Escocia, junto a su mujer y su tierno hijo en 1850 en busca de mejores días. Lastimosamente, debido a los inclementes inviernos que en los últimos años había soportado esa ciudad, el suelo estaba prácticamente erosionado y era imposible trabajarlo. Para evitar quedarse en la desocupación, optó por unirse a la policía de Edimburgo en calidad de vigilante nocturno.

Una de las condiciones que se le imponían, era que para sus rondas nocturnas debía estar siempre acompañado por un perro guardián, por lo que se le asignó un joven Skye Terrier, al que lo bautizó con el nombre de "Bobby". Este perro se convertiría en su fiel compañero en las largas caminatas nocturnas por las frías calles de Edimburgo.

Representación artística de John Gray y su perro Bobby

Luego de ocho años de trabajo nocturno y a la intemperie, la salud de John terminó resquebrajada, contrajo tuberculosis y falleció el 15 de febrero de 1858.

Su perro Bobby se mantuvo junto al féretro durante toda la velación y ceremonia fúnebre, pero asombró a todo el mundo, cuando no quiso abandonar el cementerio de Greyfriars Kirkyard luego de que enterraran a su amo. Todos pensaron que sería cuestión de tiempo, pero el noble animal se negó a abandonar la tumba de su amigo, aún en las peores condiciones climáticas.

El encargado del cementerio intentó muchas veces desalojar a Bobby del camposanto, pero todos sus esfuerzos fueron infructuosos ya que el perro regresaba al poco tiempo a acostarse junto a la tumba de su amo. Al final el hombre se dio por vencido, y con un poco de compasión por el animal, le hizo un pequeño refugio con unas tablas junto la tumba de John Gray.

Castillo de Edimburgo

Pero la inteligencia y nobleza de Bobby no tenía límites. En aquel tiempo se disparaba una salva de cañón desde el Castillo de Edimburgo a las 13:00 horas en punto, para que los ciudadanos pudieran igualar sus relojes y saber que era hora de ir a almorzar. Pues Bobby en cuanto escuchaba el disparo del cañón, salía presuroso a buscar su comida en "Greyfriars Place", un antiguo restaurante que frecuentaba con su amo, y donde el dueño del mismo, siempre lo esperaba con su plato a la misma hora. Éste era un espectáculo que les gustaba contemplar a muchos ciudadanos de Edimburgo, ya que en cuanto el perro apuraba su comida, volvía presuroso al cementerio para acompañar a su amo.

Placa que muestra el sitio donde comía diariamente el noble perro

Habían pasado más de 10 años desde que Bobby empezó a cumplir con su fiel rutina, cuando en 1867, una nueva ley fue aprobada en Edimburgo. Ésta requería que todos los perros de la ciudad fuesen registrados y autorizados previo el pago de un impuesto, ya que en los últimos años hubo un alarmante aumento de perros callejeros, y se temían pestes y enfermedades. La ley especificaba que los perros no registrados o sin dueño, serían eliminados.

Después de la muerte de John Gray, Bobby no tenía dueño oficial y por lo tanto carecía de registro, pero eso no fue un problema para él, ya que al ser un animal tan querido en su ciudad, el mismísimo alcalde de Edimburgo, Sir William Chambers, decidió pagar su licencia indefinidamente y lo declaró como propiedad del Consejo de la Ciudad. Le hizo confeccionar un nuevo collar con su nombre y número de licencia.

Así se mantuvo Bobby, fiel a su amo durante 14 años, hasta el día que murió sobre la tumba de su viejo amigo, pero no pudo ser enterrado en el mismo sitio por ser considerado tierra santa.

Un año después de la última guardia de “Bobby”, una aristócrata de la ciudad hizo esculpir una fuente con su estatua, para conmemorar la vida de un perro devoto y la historia de una amistad que superó a la muerte.


La fuente con su estatua es ahora uno de los puntos más turísticos de Edimburgo

Los restos de Bobby están ahora enterrados a escasos metros de los de su amo, y el 13 de mayo de 1981, la Dog Aid Society de Escocia le agregó una pequeña lápida que reza:

"Greyfriars Bobby - died 14th January 1872 - aged 16 years - Let his loyalty and devotion be a lesson to us all". (Que su lealtad y devoción sean un ejemplo para todos nosotros)

El ejemplo de lealtad de “Bobby” fue documentado en su tiempo y tuvo muchos testigos, por lo que ahora forma parte del patrimonio histórico de Edimburgo. Su collar y su plato se preservan en la Casa Huntly, el museo dedicado a la historia de la ciudad. En su plato de bronce consta la siguiente inscripción: “Greyfriars Bobby, autorizado por el Alcalde, 1867”.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6

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martes, junio 22, 2010

"Pickles", el héroe de Inglaterra '66

Aunque el delantero portugués Eusébio marcó nueve goles en el Mundial de Inglaterra de 1966 y el inglés Geoff Hurst anotó tres tantos en la final para que su equipo gane, ninguno de ellos fue el jugador más valioso de la Copa de ese año. Esta distinción fue para un perro llamado "Pickles".

Copa Jules Rimet

El trofeo antecesor a la Copa de la FIFA era la Copa Jules Rimet, la cual fue entregada definitivamente a Brasil después de que ganar su tercer título mundial en México 70.

La organización de una Copa Mundial de Fútbol en un asunto muy complejo, logísticamente difícil, y si bien es cierto que es imposible alcanzar la perfección, lo que menos espera la FIFA es que un país organizador pierda el trofeo.

Faltaban apenas cuatro meses para que empiece a disputarse la Copa Mundial de Fútbol de 1966, y los ingleses en calidad de organizadores y anfitriones habían decidido exhibir la Copa Jules Rimet en varias ciudades de su país. Para marzo del mismo año el trofeo estaba expuesto en el Salón Central de la ciudad de Westminster bajo la atenta mirada de cinco guardias permanentes. Y sucedió lo impensable, se robaron la copa…

El 20 de marzo el guardia que generalmente estaba a cargo del trofeo tenía su día libre, y en algún momento en que los otros cuatro guardias del lugar se descuidaron para tomarse un café o para ir al baño, los ladrones forzaron una de las puertas traseras y el trofeo fue robado. Como podrán imaginarse se desató un escándalo de proporciones ya que los ojos del mundo estaban puestos sobre Inglaterra y su próximo mundial.
En medio del desconcierto de la policía británica, hubo una providencial llamada telefónica en la que el ladrón ofrecía devolver la Copa a cambio de £ 15.000 en billetes de baja denominación que serían entregados a una persona en un determinado sitio de la ciudad. La Scotland Yard y las autoridades aceptaron a regañadientes el trato, pero porque no tenían otra alternativa ni pistas que seguir.
El plan de la policía consistía en seguir muy de cerca, desde un automóvil a la persona que iba a entregar el dinero en el sitio acordado, pero se apresuraron y arrestaron al sospechoso antes de que pudiera decirles donde estaba la Copa. El alegaba que solamente era un intermediario y que no tenía nada que ver con el robo. La policía nuevamente se encontraba sin pistas y no sabía en qué dirección apuntar. Y aquí es donde entra en acción un perro llamado "Pickles".

David Corbett y su perro "Pickles"

El 27 de marzo, un londinense llamado David Corbett sacó a pasear a su perro Pickles. Se encontraban en el lado sur de la ciudad, cuando de repente algo debajo de un árbol distrajo la atención del perro. Pickles insistió olfateando y raspando hasta que sacó con su hocico un paquete envuelto en hojas de periódico y atado con una cuerda. Cuando Corbett abrió el paquete su sorpresa fue mayúscula al darse cuenta que había encontrado lo que todo su país y el mundo futbolero estaban buscando, la Copa Jules Rimet. Enseguida se dirigió a la estación de policía más cercana, pero el pobre hombre fue arrestado porque las autoridades creían que era una historia demasiado fantástica para ser verídica. Fue puesto en custodia como principal sospechoso del robo e interrogado hasta altas horas de la madrugada, en que las autoridades cotejaron datos y lo liberaron.
Una vez que su dueño fue absuelto de toda sospecha y considerado inocente, Pickles el perro, se convirtió una estrella mediática. Recibió invitaciones junto a su dueño para visitar otros países y tuvo un año de alimento para perros completamente gratis, patrocinado por una empresa local. Incluso llegó a protagonizar la película "El Espía de la nariz fría", y en la cúspide de su popularidad el perro llegó a ganar 60 libras esterlinas diarias para su amo.



Ese año se coronó como campeón mundial el equipo de Inglaterra y los jugadores hicieron una inusual solicitud, pidieron que Pickles y su dueño asistan al banquete de celebración que ofreció la Reina en Palacio. Después del Mundial, David Corbett recibió una recompensa de £ 3.000, pero su perro lamentablemente no vivió para ver la próxima Copa Mundial, a donde ya habían sido invitados con antelación.

Los jugadores ofreciendo la Copa a la Reina

El siguiente campeón mundial fue Brasil en México 70, y como ésta era la tercera vez que los auriverdes se alzaban con el título, ganaron el derecho de conservar este trofeo a perpetuidad como lo indicaba el reglamento. A partir de entonces el máximo trofeo del balompié es la Copa de la FIFA que todos conocemos.


Fuentes e imágenes:
ContiSoccer, Mentalfloss, Sports

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domingo, enero 31, 2010

La historia de 'Canelo'

Esta historia comienza a finales de la década de los 80 y es la historia de un perro cualquiera con su amo, una de esas historias que podemos ver en cualquier esquina de cualquier ciudad.
"Canelo" era el perro de un hombre que vivía en Cádiz. Una mascota que seguía a su dueño para todas partes y en todo momento. Este hombre anónimo vivía solo, por lo que el buen perro era su más leal amigo y único compañero. La compañía y el cariño mutuo los hacía cómplices en las miradas y hasta en los gestos.


Cada mañana se los podía ver caminando juntos por las tranquilas calles de la ciudad cuando el buen hombre sacaba a pasear a su amigo. Una vez a la semana uno de esos paseos eran hacía el Hospital Puerta del Mar ya que debido a complicaciones renales el hombre se sometía a tratamientos de diálisis.
Obviamente, como en un hospital no pueden entrar animales, él siempre dejaba a Canelo esperándolo en la puerta del mismo. El hombre salía de su diálisis, y juntos se dirigían a casa. Esa era una rutina que habían cumplido durante mucho tiempo.

Cierto día el hombre sufrió una complicación en medio de su tratamiento, los médicos no pudieron superarla y éste falleció en el hospital. Mientras tanto "Canelo" como siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbado junto a la puerta del centro de salud. Pero su dueño nunca salió.
El perro permaneció allí sentado, esperando. Ni el hambre ni la sed lo apartaron de la puerta. Día tras día, con frío, lluvia, viento o calor seguía acostado en la puerta del hospital esperando a su amigo para ir a casa.

'Canelo' en la entrada del hospital

Los vecinos de la zona se percataron de la situación y sintieron la necesidad de cuidar al animal. Se turnaban para llevarle agua y comida, incluso lograron la devolución e indulto de Canelo una ocasión en que la perrera municipal se lo llevó para sacrificarlo.
Doce años, así como lo leen. Ese fue el tiempo que el noble animal pasó esperando fuera del hospital la salida de su amo. Nunca se aburrió ni se fue en busca de alimento, tampoco buscó una nueva familia. Sabía que su único amigo había entrado por esa puerta, y que él debería esperarlo para volver juntos a casa.
La espera se prolongó hasta el 9 de diciembre del 2002, en que Canelo murió atropellado por un auto en las afueras del hospital.

Deambulando cerca de la entrada

Un final trágico, pero esperanzador para quienes amamos los animales, para quienes quizá ilusamente creemos que en el más allá todavía hay algo que nos espera.

La historia de Canelo fue muy conocida en toda la ciudad de Cádiz. El pueblo gaditano, en reconocimiento al cariño, dedicación y lealtad de Canelo, puso su nombre a un callejón y una placa en su honor.


A Canelo
Que durante 12 años esperó
en las puertas del hospital
a su amo fallecido.
El pueblo de Cádiz como homenaje
a su fidelidad.
Mayo de 2002


Esta es una de esas historias que no necesita de grandes héroes ni de hazañas épicas como las que estamos acostumbrados escuchar. Es una historia sencilla y cotidiana de lealtad, de esas que están a la vuelta de la esquina y que nos pueden pasar en cualquier momento.
Acabando de escribir este post iré a abrazar muy fuerte a mi perro.

Fuentes:
Ciao, Aprodea, Linde5

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sábado, enero 09, 2010

Judy, la heroína inglesa

El soldado británico Frank Williams tenía apenas 20 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se unió a la Real Fuerza Aérea en calidad de piloto. Fue enviado a Singapur donde poco después fue tomado prisionero por los japoneses y pasó 3 años y medio detenido en las selvas de Malasia. Este campo de prisioneros se encontraba en un terreno inhóspito, en medio de anegados arrozales, donde para sobrevivir él y sus compañeros tenían que cazar serpientes para comer ya que el trato y la alimentación eran deplorables. Además fueron forzados a trabajar construyendo los rieles de un ferrocarril en medio de la selva y bajo condiciones hostiles.

Prisioneros ingleses en Malasia

La mayoría de prisioneros murió debido a enfermedades tropicales, picaduras de víboras y a la pésima alimentación a la que fueron sometidos por sus captores. Entre esos pocos sobrevivientes se encontraba Frank Williams.
Al poco tiempo fueron trasladados a otro campo de prisioneros en Sumatra. En este nuevo lugar, el soldado Williams se percató de que todas las noches llegaba sigilosamente un perro flaco y hambriento a robar comida. Frank le compartió de su ración que apenas consistía en un puñado de arroz hervido, y fue cuando se dio cuenta que "era una perra" de raza pointer, a la cual puso el nombre de "Judy".
Ya luego se enteraría de que Judy también era una sobreviviente, pues había sido mascota de un barco de guerra inglés que fue hundido por los japoneses, y que estuvo entre los afortunados que lograron salvarse, pero que a todos los soldados los habían hecho prisioneros y la pobre perra había quedado desamparada y sola.

El soldado Frank la adoptó como suya aún contrariando las órdenes de sus captores, quienes no veían con buenos ojos a la perra, ya que era evidente que ésta sentía aversión hacia los japoneses y no dejaba de ladrarles y gruñirles cuando se acercaban demasiado a los ingleses. Frank tuvo que persuadir al comandante del campamento para que ponga a Judy en la lista de prisioneros, lo que le daba cierto estatus y protección, porque temía que algún momento sea disparada por uno de los guardias que la odiaban. El mejor momento para convencerlo fue una noche en que el comandante estaba borracho, situación que Frank aprovechó para hacerle firmar los papeles. Judy era ahora una prisionera de guerra. De hecho es el único animal en la historia que ha recibido ese estatus.

"Judy"

Muchos de los soldados ingleses salieron con vida de la selva de Sumatra gracias a Judy, ya que la noble perra era especialista en alertarlos cuando se acercaba algún alacrán o serpiente. En cierta ocasión alertó con sus ladridos a los guardias y prisioneros sobre la presencia cercana de un tigre, y hasta se ganó una gran herida al evitar que ingrese un caimán de un pantano cercano al campo de prisioneros. Era muy inteligente y lograba entretener a los guardias cuando se aprestaban a castigar y golpear a los soldados capturados.

En junio de 1944 los prisioneros son trasladados a un barco para que los lleve a otro campo en Singapur, y se suponía que Judy no estaba en la lista, por lo que Frank Williams la escondió en una mochila y logró dejarla en la bodega del barco junto a los sacos de arroz, donde la perra se mantuvo sin llamar la atención.


Cuando apenas emprendían el viaje, el buque fue torpedeado y Frank logró ponerla a salvo rompiendo una escotilla de 30 cm por donde la arrojó al mar. Era el segundo naufragio de Judy. Hubo testigos que vieron a la perra aferrada a un trozo de madera y agonizante.
Frank Williams que estaba entre los sobrevivientes, había perdido la esperanza de volver a verla, y escribió en sus memorias:

" …regresamos al campamento al tercer día del naufragio, y un perro flaco se me posó en los hombros. Estaba todo cubierto de combustible y sus viejos ojos cansados destellaban, era Judy."

Desde que regresó del naufragio, Judy no volvió a ser la misma. Ya no era dócil con nadie y se había convertido en un animal astuto que sólo obedecía a su instinto de supervivencia. Se volvió cazadora y se alimentaba de yuca, gusanos, monos y serpientes. Se volvió más agresiva con los guardias por lo que fue condenada a muerte.

En un último intento por salvarle la vida, Frank la liberó en la jungla porque sabía que su instinto la haría sobrevivir. Los japoneses jamás la pudieron encontrar para matarla.
Frank y Judy se encontraban a escondidas entre la maleza mediante silbidos que él hacía cuando podía alejarse un poco de los guardias. Así se mantuvieron hasta su liberación en 1945.
Irónicamente, siendo ya libre, Judy tuvo que viajar hasta Liverpool escondida en la cocina del barco, debido a las leyes inglesas de cuarentena.

Tras pasar seis meses en cuarentena, Judy se convirtió en una heroína nacional y la noticia de que iba ser condecorada con "La Cruz de la Victoria", dio la vuelta al mundo. Fue condecorada en 1946 en una ceremonia especial que le organizaron los ex prisioneros de guerra. En el collar de la condecoración puede leerse:

"Por su magnífico valor y resistencia en los campos de prisioneros japoneses, contribuyendo así a mantener la moral de sus compañeros de prisión y por salvar la vida de muchos con su inteligencia y vigilancia."

Condecoración de Judy

Pero las aventuras de Judy no terminaron ahí. Poco después Frank aceptó un trabajo en el continente africano y se la llevó con él. El 10 de mayo de 1948, Judy volaba al África hacia una nueva vida con su amigo piloto.

Frank Williams y Judy

Después de dos años en el continente africano disfrutando de su nueva libertad, un día sorpresivamente Judy desapareció. Frank la buscó de casa en casa en la aldea de Tanganika donde vivían, hasta que encontró débil y enferma en la choza de un nativo. En el campamento le fue diagnosticado un tumor maligno, por lo que la pobre Judy debió ser sacrificada para que ya no sufra más.


Sobre su tumba Frank construyó un monumento de granito donde reposa una placa de bronce con los detalles de su valiente vida. Fue el último gesto de amor y respeto que pudo ofrecerle Frank a su leal mascota.

Fuentes:
Frankwilliams, Bio2, Judystory, Pdsa

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jueves, noviembre 12, 2009

Horrie, el héroe australiano

En 1941, el soldado australiano Jim Moody se encontraba sirviendo a su país en la Segunda Guerra Mundial, y mientras estuvo emplazado en Egipto, encontró un cachorro terrier abandonado en el desierto occidental al que decidió adoptarlo y le puso el nombre de "Horrie". El perro se convirtió enseguida en la mascota del 2/1 Batallón de Artillería y en su fiel guardián, acompañando a los soldados a través de Grecia, Creta, Palestina y Siria.

Horrie dentro de un tanque en Siria

Desde que fue adoptado, Horrie demostró ser un perro muy inteligente y fácil de entrenar; de hecho gracias a su gran sentido auditivo, aprendió a alertar a su batallón cuando se avecinaba algún ataque de la aviación enemiga con sus fuertes aullidos.
La mascota en su vida militar sobrevivió al hundimiento de un barco, casi murió aplastado entre dos botes salvavidas, fue herido por una esquirla de bomba en Creta y sufrió junto a sus compañeros del intenso invierno en Siria. Por sus servicios prestados, Horrie fue ascendido a Cabo Primero del ejército australiano.

Uniformado y montando guardia fuera del campamento, en Siria


En un descanso con sus compañeros de batallón

Cuando a Jim Moodey le informaron que debía regresar a Australia, el soldado decidió llevarse a Horrie a su país y consiguió ingresarlo de contrabando escondido en una mochila, a sabiendas que las leyes de cuarentena australianas siempre han sido demasiado escritas y que no le permitirían el ingreso al perro. Tres años más tarde, las autoridades australianas se enteraron de la presencia del perro en su país y le comunicaron a su dueño que el animal había sido condenado a morir bajo la Norma 50 de la Ley de Cuarentena.

Orden de decomiso de Horrie

Jim escribió una carta al Departamento de Higiene pidiendo el indulto del animal, explicando que Horrie fue chequeado por un veterinario en Tel Aviv antes de ser llevado a Australia y que el can fue declarado sano. También apeló al cariño que llegó a sentir por el animal, debido al compañerismo y valentía demostrado por el perro en el frente de combate, y que además había sido condecorado por el ejército australiano. Ningún argumento de Jim Moody fue válido para el Departamento de Higiene y el 12 de marzo de 1945, Horrie fue decomisado y asesinado de un balazo por las autoridades sanitarias.


La opinión pública y los medios de comunicación que conocieron la historia de Horrie, se indignaron al saber de la noticia y reclamaron airados a las autoridades australianas de Cuarentena. La gente escribió muchas cartas de condena y durante años llevaron ofrendas florales a una tumba vacía que se erigió en su honor en el cementerio de Sídney. En este sitio podemos leer una de las tantas misivas de rechazo que los ciudadanos enviaron a la Dirección de Higiene.

Pero la historia no termina aquí, aunque se demoró casi 60 años en tener un final feliz. Y como todos sabemos, más vale tarde que nunca, a finales de 2003 por medio de sus descendientes se supo que el soldado Moody burló a las autoridades sanitarias presentando -para ser sacrificado- a un perro callejero que compró por cinco chelines y lo hizo pasar por Horrie, logrando así que su mascota viviera su lado muchos años más. El buen perro pasó el resto de su vida en una propiedad de Jim cerca del poblado de Corryong, en el norte australiano.

Muchas veces las leyes y normas de una sociedad son tan cerradas, que no queda otra alternativa que pasarlas por alto, y eso exactamente fue lo que hizo el soldado Jim Moody, para quien fue más importante la vida de su fiel compañero que las absurdas reglas de la sociedad.
La gratitud del soldado australiano hacia el perro que muchas veces resguardó la vida de su batallón alertándolos de los bombardeos enemigos, fue la que esta vez salvó la vida del noble animal.

Fuentes:
Cas.awm, Australian War Memorial, Ourcivilisation, y gracias a Georgells por la historia.

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viernes, marzo 27, 2009

Voytek, el oso

A pesar de que Polonia fue invadida por los nazis y muchos de sus ciudadanos fueron encerrados en campos de concentración, el Ejército polaco libre peleó en la Segunda Guerra Mundial desde el exterior. Una de sus compañías, la 22ª de Transporte, se encontraba en Medio Oriente apoyando a los Aliados en el frente del Líbano.

Lo curioso de esta historia tuvo lugar en las montañas de Irán, cuando parte de los soldados que se encontraban patrullando la zona se encontraron con un osezno cuya madre había sido abatida por cazadores. Tras una acalorada discusión decidieron llevárselo y convertirlo en la mascota de la compañía. Lo llamaron Voytek y en adelante fue adoptado cariñosamente por el destacamento y alimentado con leche servida desde una botella de vodka vacía.


Muy pronto el oso creció transformándose en mascota de todos los soldados, y su carácter siempre amistoso y servicial lo convirtió en el símbolo moral de la Compañía, sin embargo, la carrera militar del oso estaba a punto de empezar.


Voytek fue dócilmente amaestrado y una de sus principales tareas consistía en transportar la pesada munición de artillería de un lugar a otro, tarea que lograba sin mucho esfuerzo. Luego también aprendió a marchar parado sobre sus dos patas junto a las tropas, lo que le hizo ganarse los aplausos de todos los soldados y a su vez estos detalles subían la moral del destacamento. Tal llegó a ser su popularidad que decidieron que el emblema de la compañía representaría al oso Voytek cargando munición de artillería.


Según recuentos históricos verificados por el historiador Garry Paulin, quien escribió un libro sobre el animal, Voytek participaría directamente en la famosa Batalla de Montecassino en 1944, uno de los últimos bastiones extraterritoriales de los nazis. Su participación sería bajo el rango de Asistente de artillería, y transportaría varias de las municiones pesadas que caerían sobre la fortaleza principal. Estos servicios le valdrían un ascenso de rango y menciones en todos los periódicos de la época.


Tras terminar la guerra, Voytek y su compañía terminaron en Escocia. El oso se volvió una celebridad apareciendo en infinidad de noticieros, revistas y programas de TV. Sus camaradas volvieron a Polonia en 1947 y esto fue algo que deprimiría durante algunos años al oso.
Voytek vivió apaciblemente sus últimos días en el Zoológico de Edimburgo, siendo regularmente visitado por algunos de sus ex compañeros soldados que habían servido con él en el pasado. Soldados que, sabiendo la predilección de Voytek hacia la cerveza y a los cigarrillos, siempre se las arreglaban para llevarle algunos de contrabando.
Son muy pocas las historias que nos pueden arrancar una sonrisa después de una guerra, por eso siempre vale la pena sacarlas del baúl del olvido.

Fuente: Anfrix.com

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