martes, marzo 13, 2012

El rescate pagado más caro de la historia

Ubiquémonos en el Mar Egeo en el año 78 antes de nuestra era. El desenlace de esta anécdota bien pudo influir en el curso de la historia que conocemos y de sus civilizaciones. En aquel año, cierto joven aristócrata romano fue expulsado de Italia por el dictador Lucio Sila, por haberse aliado a las huestes de su más enconado rival. Mientras duraba su destierro, este ambicioso joven había decidido perfeccionarse en el arte de la Oratoria y la Elocuencia, en la academia del afamado profesor Apolonio Molo. Por esta razón navegaba hacia la Isla de Rodas.

Mientras el buque costeaba la isla de Farmacusa, a la altura de las rocosas riberas de Caria, se percataron de que algunas embarcaciones de forma alargada y baja (evidentemente piratas turcos) se aproximaban hacia ellos. Los extraños se acercaban a gran velocidad y para colmo, el barco romano era lento y la brisa no ayudaba. No tenían más remedio que resignarse y así lo hicieron, la nave romana esperó pacientemente el abordaje de las canoas piratas y al poco tiempo, su cubierta estaba ya tomada por aquellos bárbaros de piel tostada por el sol.

Piratas listos para el abordaje

El jefe de los piratas lanzó una mirada circular sobre los asustados pasajeros e inmediatamente llamó su atención un joven aristócrata, vestido elegantemente según la última moda de Roma, y que sentado en medio de sus sirvientes y esclavos, se entregaba tranquilamente a la lectura. Avanzando hacia él, el pirata le preguntó quién era, pero el altivo muchacho, lanzándole una mirada desdeñosa, continuó leyendo. El pirata, enfurecido, se dirigió entonces a uno de los compañeros del noble romano, el cual le reveló el nombre de su prisionero: era Cayo Julio César.


Se planteó la cuestión del rescate. El pirata deseaba saber la suma que Julio César aceptaba pagar por recobrar su propia libertad y la de sus criados. Como el romano no se dignó siquiera en contestar, el capitán se volvió hacia su ayudante pidiéndole su opinión acerca del valor por el que tasaba al grupo. Este "experto", después de examinarlos detenidamente uno por uno, estimó que diez talentos serían una suma razonable.
El capitán pirata, irritado por el aire de superioridad del joven aristócrata, le cortó la palabra, diciendo:
- Pues bien, voy a doblarla. Veinte talentos: éste es mi precio.
Esta vez, César abrió la boca. Frunciendo el ceño, declaró:
- ¿Veinte? Si conocieses bien tu oficio, te darías cuenta de que valgo cuando menos cincuenta.
El pirata se sorprendió. Nunca había tenido un prisionero que se creía lo bastante importante para pagar de buen grado un rescate tan cuantioso. Era una cantidad enorme. La razón de su arrogancia seguramente se debía al hecho de que estaba emparentado con algunos de los hombres más influyentes de su época, y su suegro era de uno de los más grandes políticos y militares.

Aclaremos. El talento era una medida monetaria que equivalía aproximadamente a 26 Kg (de oro en este caso), calculen por 50 talentos, nos da una cifra aproximada a 1300 Kg del precioso metal. La cotización actual del lingote de un kilo alcanza los $ 240.000 dólares en el mercado. Eso nos da la referencia de que un talento de oro al cambio actual, superaría los seis millones de dólares. Imagínesen eso multiplicado por 50. Era una cifra realmente obscena.
Para que tengan una mejor idea de la cantidad, recordemos que Roma "El Imperio", exigió a Cartago (otro imperio) como indemnización por daños de guerra apenas diez mil talentos.

Sitio aproximado donde los piratas los abordaron, actualmente es el sudeste de Turquía

Siguiendo con el relato, el pirata le tomó la palabra a Julio Cesar, luego lo hizo arrojar a una de las embarcaciones junto con los demás cautivos, y los llevaron a una de sus guaridas rocosas hasta esperar el regreso de los emisarios y negociadores que ambos enviaron a Roma para reunir el rescate.

César y sus compañeros fueron alojados en algunas chozas de una aldea ocupada por los piratas. El joven romano pasaba el tiempo entregándose cada día a ejercicios físicos: corría, saltaba, lanzaba piedras gruesas, compitiendo a menudo con sus raptores. En sus horas menos activas, escribía poemas o bien componía discursos. Caída la noche, se reunía frecuentemente con los piratas en torno al fuego, ensayando con ellos el efecto de sus versos o de su elocuencia. Los piratas, según lo relata el historiador Plutarco, tenían una opinión muy desfavorable sobre los modales de su secuestrado y se la manifestaban sin ninguna delicadeza. Debía ser una vida extraña para el joven, que también era descrito por el dictador Lucio Sila, como "un muchacho con faldas". Por aquel entonces César tenía apenas 22 años.

Las famosas tertulias nocturnas donde los piratas se burlaban de César y su ambigüedad sexual

Como un auténtico romano, no solamente despreciaba a sus captores por sus modales groseros y su falta de educación, sino que también les reprochaba sus defectos. De hecho, tuvo un inmenso placer al describirles lo que les sucedería si alguna vez la pandilla cayese entre sus manos, prometiéndoles que sería magnánimo con ellos y solamente les haría crucificar a todos. Los piratas obviamente se reían de buena gana al escuchar sus amenazas, y se burlaban por su manera de actuar y comportarse tan poco varonil, casi afeminado; de hecho lo miraban con una especie de respetuosa condescendencia. Cierta noche en que los piratas se quedaron hasta altas horas emborrachándose en torno al fuego y haciendo más bulla que la habitual, el exigente prisionero mandó a uno de sus criados a notificar al capitán su deseo de que hiciera callar a quienes estorbaban su reposo. Su demanda fue respetada: el jefe ordenó a su tripulación que cesara el alboroto.

Por fin, al cabo de treinta y ocho días, regresaron los negociadores con la noticia de que el rescate de cincuenta talentos acababa de ser depositado en manos del legado Valerio Torcuato, y César con sus compañeros fueron embarcados a bordo de un buque y enviados a Mileto. Reunir una suma tan considerable había tomado un tiempo más largo de lo que se creía, pues el Emperador Sila, después de haber desterrado a César, había confiscado todos sus bienes y también los de su esposa Cornelia. De haberlo sabido antes, seguro se hubiera dado un poco menos de importancia.

Al llegar a Mileto el rescate fue entregado a los piratas, y por su parte César pisó tierra deseoso de ejecutar en el acto su venganza. Pidió prestado a Valerio cuatro galeras de guerra y quinientos soldados, y casi tras ellos se puso en marcha hacia Farmacusa. Al llegar allí encontró, tal como había esperado, a toda la pandilla embriagada celebrando el pago del rescate.

Piratas festejando

Fueron sorprendidos indefensos y no opusieron resistencia. Casi todos se entregaron, salvo unos pocos que lograron huir. César ahora tenía cerca de trescientos cincuenta prisioneros y la satisfacción de recuperar sus cincuenta talentos. Después de embarcar a los delincuentes en las galeras, hizo hundir todos los navíos piratas; luego alzó velas y se dirigió hacia Pérgamo. Recuerden que no podía volver a Roma.

En Pérgamo hizo encerrar a sus prisioneros en una fortaleza y se fue a hablar con el pretor (gobernador) Marco Junio. Le contó someramente lo que le había sucedido y le pidió una carta con su autorización para ejecutar a los piratas o por lo menos a sus jefes. Al pretor Marco Junio no le gustaba a actitud de aquel joven autoritario que quería hacer justicia con su propia mano. Había, además, otras consideraciones. El sistema según el cual los mercaderes pagaban tributo a los piratas a cambio de su inmunidad, era prácticamente sagrado. Era una vieja costumbre que después de todo no funcionaba tan mal. Si el pretor accedía a los deseos de César, los sucesores de los piratas, extranjeros siempre, se volverían más bárbaros de lo que habían sido con él.

Junio además, era un pretor astuto y corrupto. Enseguida se dio cuenta de que aquella pandilla de piratas era rica y sabía que podía sacar una tajada de ellos, a manera de gratitud, si éste ejerciese un decreto de clemencia devolviéndoles la libertad. Le dijo a César que el mismo se ocuparía del asunto y que pronto le informaría de su decisión. César que no era ningún tonto, lo comprendió y se le adelantó.

Se despidió del gobernador y fue enseguida a donde los tenía encerrados. Por autoridad propia (es probable que la nueva situación en Roma fuera ignorada en las provincias), hizo ejecutar en la prisión a los piratas, eligiendo a treinta de los cabecillas para la crucifixión que les había prometido. Cuando los escogidos aparecieron ante él cargados de cadenas, César les recordó su promesa, pero añadió que queriendo mostrarse agradecido por las bondades que tuvieron para con él, iba a concederles un supremo favor: antes de ser crucificados, serían degollados.


Arreglado el asunto, César prosiguió su viaje –interrumpido por este percance- y entró, tal como lo había deseado, a la excelente escuela de arte oratorio de Apolonio Molo. Sobra decir que a partir de entonces, nadie volvió a poner en duda su palabra.

Así fue forjando su carácter y liderazgo, hasta que tres décadas más tarde, César y su ejército entrarían victoriosos en Roma donde se auto proclamó Emperador Vitalicio, pero esa es ya otra historia que algún momento les contaré.

Fuentes y referencias:
Historia de la Piratería, Gosse Philip
En la web: 1, 2, 3, 4, 5

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3 comentarios:

Alí Reyes H. dijo...

Fíjate que César, que alguna vez se quejó de que a los 30 años no había logrado nada de lo que a la misma edad había conquistado Alejandro Magno, es considerado por algunos historiadores, como mejor estratega militar- no hablemos del aspecto político- que el mismo Alejandro. Y esta historia de su juventud ya da un atisbo de ello

Manuel dijo...

Como siempre muy interesante.

Desconocía este rescate, pero parece que valió la pena

Ejmavellaneda dijo...

Es una lastima la cantidad de errores que en el artículo se notan: Los piratas no eran turcos, aún no existian como pueblo unificado y vivian en el Turquestan dominado por el pueblo indoeuropeo de los Tocarios, 2º los romanos no usaban como unidades de pago el talento sino el denarius,.el as y el sestercio. 3º Las imágenes no corresponden a esa época, la primera es de juncos chinos, y las otras son de piratas de los siglos XVII y XVIII. Todo esto me induce a pensar que no se cotejo debidamente la información. Solo se obtubo y se publicó.
Igualmente me gusta el blog y lo disfruto.

 
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