La historia del hombre siempre se ha caracterizado por las migraciones. Los seres humanos nos hemos movido a lo largo y ancho del planeta buscando mejorar nuestras condiciones de vida desde los orígenes de nuestra especie. Ahora bien, de todas las migraciones voluntarias, hay una que se canalizó a través de una minúscula isla, que por el número de inmigrantes que pasaron por ella, deja atrás a todas las demás.
Desde su apertura el primero de Enero de 1892 hasta su clausura el 12 de Noviembre de 1954, el complejo de inmigración de Ellis Island, un pequeño islote al sur de Manhattan, vio pasar por sus instalaciones a 12 millones de inmigrantes (a una media de entre 3000 a 5000 por día), en su mayor parte procedentes de países europeos. La gran mayoría era aceptada tras un breve periodo y una serie de exámenes médicos, a los Estados Unidos, aunque algunos vieron su estancia prolongada hasta meses. Otros, unos 250000, fueron devueltos, y algunos fallecieron en el complejo hospitalario de la isla o en las aguas que la rodean.
Ellis Island
Para mediados del siglo XIX, los Estados Unidos ya se habían ganado una reputación mundial de tierra de libertad, derechos y justicia. Los millones de inmigrantes europeos que decidieron emprender el viaje, dejando atrás no sólo su cultura, costumbres e idioma, sino también a sus familias (que muchos no volverían a ver jamás), soñaban con esa “tierra dorada” de oportunidades donde el esfuerzo propio y el trabajo si daban frutos.
Pero viajar a América no era fácil, ya que implicaba toda una aventura. La gran mayoría de los inmigrantes, debían hacer el recorrido desde sus lugares de origen hasta los puertos europeos de embarque, y lo hacían en tren, en mulas, o incluso a pie. Para muchos de ellos era el recorrido más largo que habían realizado jamás.
En los puertos, antes de embarcar, los inmigrantes recién se enteraban que no todos podían viajar porque comenzaban los primeros controles. Las empresas navieras europeas habían acordado con las autoridades estadounidenses hacerse cargo del retorno de quienes no fueran aceptados, y por ello, éstas se aseguraban de que aquellos que iban a embarcar fuesen aptos para pasar los controles americanos. Una primera línea de doctores a sueldo de las navieras decidía quiénes podían viajar y para quiénes se acababa el viaje. Luego otros funcionarios les sometían a un interrogatorio de 29 preguntas (¿Nombre, edad, nacionalidad, ocupación? ¿Sabe leer y escribir? ¿Ha estado preso? ¿Tiene al menos 25 dólares consigo? ¿Es un perseguido de su Gobierno?) Estas preguntas se recogían en un manifiesto, el cual, desconocido el hecho por la gran mayoría de los inmigrantes, iba a decidir su futuro.
Y entonces, los afortunados que pasaban este primer control, se embarcaban por varias semanas hasta América. Los inmigrantes acaudalados -que eran una minoría-, viajaban en las relativamente cómodas primera y segunda clase. La mayor parte se hacinaba en tercera, donde las condiciones eran horrendas e insalubres.
Después de semanas, los barcos repletos de inmigrantes llegaban a la bahía de Nueva York. La imponente figura de la Estatua de la Libertad, cercana a Ellis Island, y la silueta del bajo Manhattan les daban la bienvenida, pero las autoridades médicas y de inmigración les hacían esperar. Usualmente, los barcos debían esperar su turno antes de descargar a los viajeros debido al exceso de inmigrantes. Una vez que había espacio libre, los barcos se acercaban al puerto de Nueva York y desembarcaban a los inmigrantes por miles. Entonces, en grupos de 30, iniciaban el corto viaje hasta Ellis Island.
Durante el pequeño trayecto desde el puerto de Nueva York hasta Ellis Island los inmigrantes recibían una suerte de órdenes que muchos de ellos no comprendían: les hablaban en inglés. Hombres uniformados les indicaban qué hacer, pero sólo unos pocos comprendían aquellas palabras, y el resto se limitaba a seguir la fila.
Y aquí muchos comprendían que Estados Unidos no era una tierra de completa igualdad; los pasajeros de primera y segunda clase eran desembarcados directamente en Nueva York sin más controles, y entraban libres en América. Los viajeros de tercera, la gran mayoría, debían pasar antes por los controles médicos y de inmigración en Ellis Island. El desconcierto, el miedo, la inseguridad y el desconocimiento reinaban entre los inmigrantes en esta etapa. Nueva York les resultaba grandioso, metafórica y literalmente. La Estatua de la Libertad, los incipientes rascacielos… era algo que jamás habían visto antes.
Pasajeros de primera clase desembarcando sin más trámites en NY
Un dato curioso recogido por los muchos relatos de los inmigrantes hace referencia a una pequeña comida, que consistía en un sándwich, que los inmigrantes recibían durante su tiempo de espera. Para una gran mayoría este nuevo formato alimenticio resultaba novedoso, y era identificado con las virtudes de Estados Unidos.
En Ellis Island, la gran mayoría cumplió el siguiente trayecto: desembarcaban directamente en el Edificio Principal, y desde ahí los dirigían a la Sala de Registro. Sin saberlo, eran observados por los médicos, que buscaban signos de enfermedad, debilidad, o problemas mentales.
Aquellos que mostrasen que no iban a ser capaces de valerse por sí mismos en su nueva vida serían regresados a Europa. Ni siquiera los niños escapaban de aquél escrutinio inicial. Si los doctores sospechaban que alguno de aquellos inmigrantes tenía algún defecto, los marcaban con un código, un símbolo estandarizado que indicaba su desorden particular: L (lameness) para los cojos, H (heart disease) para problemas cardiacos, E (eyes) para problemas visuales, Ft (feet) para aquellos con problemas en los pies, S indicando senilidad, una X para aquellos de quienes sospechaban padecían problemas mentales, etcétera. Cuando las inspecciones formales comenzaban, los doctores prestaban especial atención a los marcados.
Una vez en la Sala de Registro, la confusión y el desconcierto volvían a reinar. Lentamente los inmigrantes eran llamados, y los médicos los examinaban. Una de las mayores causas de rechazo eran los problemas visuales y cardiacos, aunque también examinaban la piel, el cabello, etc.
Los exámenes resultaban especialmente duros para las mujeres porque hasta 1914 todos los doctores de Ellis Island eran hombres, y una parte del reconocimiento físico exigía que las mujeres se desnudasen y fuesen vistas y tocadas por los médicos.
En este primer registro muchos de los inmigrantes mostraban signos de enfermedades, debido a enfermedades reales o al agotamiento y falta de alimento durante el viaje. Los médicos entonces decidían si eran enviados al Hospital de Ellis Island, un complejo médico que recoge entre sus muros las historias más trágicas de la isla, y también las más esperanzadoras. En sus camas (siempre escasas) murieron unas 3.500 personas (1.400 eran niños), pero también nacieron 350 infantes.
Aquellos que superaban positivamente el control médico, con un
passed impreso en sus cartillas, eran sometidos a un control legal y mental, una serie de preguntas y respuestas acerca de ellos mismos y de su futuro inmediato en EEUU, así como de sus conocimientos sobre el país. Primero iban las preguntas del control mental. En dicho examen, tanto las respuestas físicas (caras, movimientos…) como el estado del inmigrante (nerviosismo, ansiedad…) eran estudiadas en búsqueda de desórdenes psicológicos. Una prueba habitual consistía en contar hacia atrás desde veinte hasta cero. El resultado de este test podía suponer el paso al siguiente examen, el legal, o marcarlo con una X para un posterior y más detallado examen psicológico.
El examen legal resultaba el más sencillo, y al mismo tiempo el más peligroso para los inmigrantes. La mayoría de las preguntas eran sencillas; ¿cuál es tu nacionalidad, dónde has nacido, cuánto dinero tienes contigo…? El requerimiento monetario (normalmente $25) era ineludible, por lo que muchos $25 eran pasados de inmigrante a inmigrante, a veces de forma altruista, a veces por unos cuantos centavos.
Pero de entre todas las preguntas del examen legal, una era especialmente peligrosa: ¿tienes un trabajo esperándote en los Estados Unidos? Sí decían que si, que un trabajo les estaba esperando, eran inmediatamente deportados. Antes de ser aceptados y pisar Manhattan los inmigrantes no podían tener trabajo, se consideraba que estaban robando empleo a los estadounidenses.
Una vez más, para las mujeres (y sus hijos) el asunto era más enrevesado. Aún cuando hubiesen pasado satisfactoriamente el resto de controles, y el mismo control legal, los funcionarios no podían dejarlas pasar a menos que sus padres, esposos o familiares varones cercanos los reclamasen.
Uno de los últimos pasos antes de ser aceptados suponía la anglonización del nombre original de los inmigrantes. En muchos casos, dicho proceso consistía en colocar un nombre que sonase a inglés y como apellido, el lugar de nacimiento del inmigrante. No hay datos exactos sobre cuántos inmigrantes vieron su nombre alterado, pero los historiadores coinciden en que la cifra fue muy elevada.
Finalmente, con los controles médicos y legales superados, los inmigrantes recibían, en su propia lengua, un pequeño libro para su americanización. Así, además de ser informados de sus derechos, los nuevos ciudadanos conocían también sus obligaciones. Entonces embarcaban el ferry que los dejaría en Nueva York o en Nueva Jersey, donde comenzarían una nueva vida. Si todo había ido bien, su paso por Ellis Island no había superado las 5 ó 6 horas. Pero para otros muchos la estancia se extendería días, semanas o incluso meses.
También hubo mucha gente que quedó retenida en Ellis Island por lo que se le puso el sobrenombre de "
La Isla de las lágrimas". Quienes no pudieron pasar los exámenes médicos más profundos, aquellos que no tenían la cantidad de dinero requerida o que habían confesado haber obtenido su pasaje a cambio de trabajo, aquellos cuya situación legal era cuestionable, o las mujeres, ancianos y/o niños sin un varón cercano que los reclamase eran retenidos hasta subsanar sus situaciones. Entre los detenidos, había muchos que estaban realmente enfermos o padecían malestares temporales debido al viaje hasta EEUU y tuvieron que pasar un tiempo más prolongado en el Hospital de Ellis Island.
La terrible noticia de que alguien quedaba oficialmente detenido provocó muchísimas lágrimas. Los registros al respecto son muy numerosos. Niños, mujeres y hombres lloraban cuando el funcionario de turno les indicaba que no podían entrar en Estados Unidos, y que estaban detenidos. Los que lo estaban por problemas médicos eran llevados al Hospital. La mayoría de los relatos de los pacientes indican que el trato que recibieron, dadas las complicadas circunstancias, fue bueno, y que tanto médicos como enfermeras trabajaron duro para hacerlos sentir cómodos.
Algunos estaban allí por trastornos causados debido al viaje, pero otros tenían enfermedades serias que debían ser tratadas. Los que padecían enfermedades contagiosas (especialmente las relacionadas con la visión, como el tracoma) eran rechazados y repatriados.
Aproximadamente 1’200.000 inmigrantes fueron retenidos en Ellis Island, de los cuales unos 250.000, fueron devueltos a sus países de origen, en la mayoría de los casos porque los funcionarios consideraron que no iban a ser capaces de sustentarse a sí mismos. De todas formas representan sólo un 2% de los mas de 12’000.000 de inmigrantes que fueron admitidos. Es escalofriante comprobar que unas 3.000 personas se suicidaron antes de ser deportados, casi tantas como las que murieron en el Hospital de Ellis Island.
Los millones de inmigrantes aceptados no sólo construyeron las ciudades del este de EEUU, ni colonizaron el centro y el oeste, sino que forjaron una nueva nación intercultural. Hoy en día, 100 millones de estadounidenses descienden de los 12 que pasaron al país a través de esa pequeña isla.
Fuentes e imágenes:
Ellisisland.org, Sobreeeuu, Heferstion, Sogafamily, Wikipedia
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