Como todos sabemos, la historia siempre es narrada por los vencedores de las guerras, y es por esta razón que no conocemos a muchos héroes anónimos, que a pesar de estar en el bando perdedor, han cumplido misiones y gestas, muchas de ellas más grandes que las de los triunfadores. Quiero contarles ahora una historia de arrojo, valentía y audacia que vivió un soldado alemán para escapar de dos campos de prisioneros en Inglaterra, y luego desde América hacia Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Corría el año de 1940 y sobre el cielo británico se libraba la más grande batalla aérea conocida hasta nuestros días, la Batalla de Inglaterra, en la que Alemania buscaba destruir a la aviación británica, para así preparar una invasión a las islas.
En esta batalla, el 5 de septiembre de 1940, el experimentado piloto alemán Franz von Werra y su copiloto fueron derribados en el aire por los aviones británicos, capturados y enviados a un campo de prisioneros cerca de las costas del Mar de Irlanda.
Tras pasar varios días vagando por la campiña, Franz fue localizado por una patrulla de búsqueda y logró nuevamente escapar, pero dos días más tarde fue capturado definitivamente dentro de un establo. Esta vez lo llevaron al centro de prisioneros de guerra de Swanwick, ubicado en el centro de Inglaterra, y que se suponía era más seguro. Franz se había mentalizado en que tenía que escapar y en cuanto llegó a la nueva prisión, se puso estudiar los sistemas de seguridad de la misma para intentar fugarse nuevamente.
El campo de prisioneros de Swanwick estaba rodeado por dos robustas vallas de alambre de púas y entre ellas paseaban constantemente patrullas de vigilancia. A lo largo de la valla exterior se alzaban torres con centinelas provistas de ametralladoras y proyectores de luz, incluso las mismas vallas estaban iluminadas permanentemente de noche y solo se apagaban durante las alarmas por ataque aéreo, durante los cuales se reforzaba la guardia. En vista de esta situación Franz von Werra llegó a la conclusión de que la única forma de escapar de ahí, sería cavando un túnel.
Los seis soldados trabajaron con mucho entusiasmo en su túnel, para cavar utilizaban palas de mango corto y recogían la tierra en los cubos que se utilizaban contra incendios, los cuales había por montones en previsión de algún bombardeo. Mientras cavaban tuvieron la suerte de encontrarse con una gran cisterna parcialmente vacía, y en ella depositaban la tierra que extraían de su excavación. El mal olor que emanaba y alguno que otro pequeño derrumbe fueron inconvenientes que tuvieron que sortear y que por fortuna no levantaron sospechas en los guardias.
Después de un mes de trabajo continuo, el túnel ya estaba casi listo y se dedicaron a planear que rumbo tomarían tras la fuga. Mientras algunos de ellos pensaban en dirigirse hacia algún puerto y tratar de embarcar como polizontes en algún buque de otro país y que los lleve al continente, otros pensaban ir a Liverpool, donde tenían amigos y familia que los podrían esconder. Franz no pensaba unirse ninguno de los dos grupos, él quería escapar sólo, pues su anterior experiencia le había enseñado que si lograba escapar debía salir inmediatamente de Inglaterra.
El audaz piloto alemán pensaba hacerse pasar por un piloto aliado derribado, y presentarse en un campo de la fuerza aérea británica para encontrar la forma de hacerse de un avión para escapar. La idea era creíble puesto que en Gran Bretaña había cantidad de pilotos de diferentes países aliados, que de paso hablaban un inglés horrible y Franz von Werra aunque con cierto acento, lo hacía de un modo muy aceptable.
A las 9 de la noche del 20 de diciembre de 1940, la alarma antiaérea había provocado que las luces del campo se apagaran y ese fue el momento que decidieron fugarse. Tras salir uno a uno los cinco fugitivos -puesto que uno decidió no ir-, se reunieron en una especie de cobertizo situado lo suficientemente alejado como para que no fueran vistos y se despidieron deseándose mucha suerte.
Franz calculaba que la fuga no sería descubierta hasta la mañana siguiente, a la hora de pasar lista, lo que le daba tiempo suficiente para huir lejos. Tras recorrer varios kilómetros, pudo escuchar una locomotora y se dio cuenta que se encontraba cerca de una estación. Llegó a la estación y le dijo al taquillero que era el "capitán Van Lott de la fuerza aérea holandesa, actualmente sirviendo para Inglaterra, que acababa de hacer un aterrizaje forzoso en un lugar cercano, y que debía llegar lo más pronto posible al campo más próximo de la RAF". Le pidió al taquillero que llame por teléfono a la base aérea más cercana, y cuando lo contactaron con la base aérea de Hucknall, Franz volvió a contar la historia del aterrizaje forzoso a su interlocutor, quien enseguida ofreció enviarle un vehículo para recogerlo.
Mientras esperaba que lo recojan en la estación, ingresaron tres policías. Después de observarlo detenidamente, la primera pregunta que le hicieron fue: “Sprechen sie deutsch” (¿habla usted alemán?)
Von Werra no cayó en la trampa y respondió en inglés: “Sí, lo hablo, la mayoría de los holandeses lo hablan”.
Tras otra serie de preguntas y al saber que un coche de la base de Hucknall iba a recoger al piloto, los policías creyeron que estaban ante un piloto holandés, le desearon suerte y le comentaron que la noche anterior se habían escapado unos prisioneros alemanes y que habían pensado que él podía ser uno de ellos, de ese modo Franz supo que ya había sido descubierta su fuga.
Enseguida llegó el vehículo de la base aérea para recogerlo y lo llevó al campo de aviación de Hucknall, donde tuvo que presentarse con el oficial de servicio. El oficial británico, sospechaba que el tal Van Lott podía ser un impostor y volvió a interrogarlo nuevamente, buscando insubsistencias en su relato. En medio del interrogatorio, de nuevo la fortuna le sonrió al sonar el teléfono, momento que el alemán aprovechó para indicar con un gesto que iba al baño. Se escabulló en dirección a los hangares, donde logró divisar un grupo de aviones Hurricanes y de nuevo hizo gala de su inventiva y determinación.
Se encontró con un mecánico y le dio los buenos días al tiempo que decía:
“Soy el capitán van Lott, piloto holandés. Me acaban de destinar aquí, pero nunca he volado en Hurricanes. El oficial de guardia me manda para que usted me enseñe a manejar los mandos y pueda hacer un vuelo de práctica ¿Qué aparato está listo para despegar?”
Tras el intercambio de algunas palabras en las que el mecánico mostró su extrañeza, preguntándole que si no se había equivocado de lugar y bajo la insistencia del alemán, el mecánico le dijo que no podría atenderle mientras no hubiera firmado en el libro de visitas y añadió “espere un minuto” mientras se iba hacia el hangar en busca del gerente.
Mientras tanto el oficial de guardia ya estaba buscando al falso piloto holandés, puesto que la llamada que recibió era para alertarle de la fuga de los alemanes la noche anterior. El mecánico ya se encontraba instalando los cables del acumulador y Franz von Werra comenzaba a accionar la bomba inyectora de combustible, cuando apareció el oficial de guardia y lo detuvo apuntándole con una pistola y ordenándole bajar del avión.
Así terminó el segundo intento de fuga del osado piloto alemán, pero aún habría un tercer intento.
Al reintegrarse de nuevo al campo de prisioneros de Swanwick, Franz y el resto de sus compañeros de fuga recapturados fueron castigados con 14 días de encierro. El último día de su encierro les comunicaron que los cinco serían enviados a otro campo de prisioneros, pero en Canadá.
El piloto alemán fue fuertemente custodiado por una guardia especial, hasta el momento de zarpar a bordo del buque Duchess of York del puerto escocés de Greenock; era el 10 de enero de 1941. Durante la travesía se pasaba horas metido en una bañera llena de agua fría, con el fin de acostumbrarse a las bajas temperaturas en caso de poder saltar al agua al momento de desembarcar en el nuevo continente.
El 21 de enero llegaron al puerto canadiense de Halifax pero a von Werra no se le presentó ninguna oportunidad de saltar al agua y huir. Luego todos los prisioneros fueron conducidos a un tren y von Werra pensó que en el tren tendría la oportunidad que no tuvo en el puerto.
En cada vagón iban 35 prisioneros custodiados por doce guardias, tres de los cuales custodiaban el pasillo. Cada vez que un prisionero necesitaba ir al baño, era acompañado por un guardia y no se le permitía cerrar la puerta del mismo. Tras la abundante cena que les ofrecieron la primera noche, muchos prisioneros que habían pensado en fugarse olvidaron su propósito, pero von Werra nunca dejó de pensarlo, y su intención se reafirmó al enterarse de que se dirigían hacia Ontario, a un campo de prisioneros muy cerca de la frontera con los Estados Unidos, que aún se mantenía neutral en la Segunda Guerra Mundial.
Llegó a pensar en saltar mientras el tren se encontraba en marcha, pero luego recapacitó porque era demasiado arriesgado y tampoco la idea era matarse. También descartó saltar en una estación, porque entonces la vigilancia se hacía más estricta y hasta colocaban guardias en el exterior, entonces decidió que el mejor momento para arrojarse del tren sería cuando éste fuera a baja velocidad después de salir de la estación y poco antes del amanecer.
Von Werra consiguió abrir una ventanilla interior con ayuda de sus compañeros que distraían a los guardias. Aquella noche los prisioneros volvieron a tener una suculenta cena y luego de esta, cuando el tren empezó a disminuir la marcha para parar en la próxima estación, Franz se levantó y empezó a sacudir su manta, mientras, un compañero tapado por ella abría la ventanilla interior. Nada más arrancar el tren, varios prisioneros se levantaron y pidieron ir al retrete, mientras, uno de los compañeros, repetía la maniobra de la manta tapando la ventana, von Werra tiró de la ventanilla y saltó. Tras el salto, sus compañeros cerraron de nuevo ambas ventanillas y la fuga no se descubrió hasta que el tren estuvo a mucha distancia.
Se supone, según los canadienses, que Franz von Werra se había tirado del tren a unos 50 kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
La mañana del 24 de enero, von Werra llegó a la localidad de Johnstown en la orilla norte del río San Lorenzo, y en la orilla opuesta se encontraba la localidad de Ogdensburg (estado de Nueva York). En un campamento cercano encontró una canoa que estaba pegada al suelo por el hielo, pero consiguió despegarla a golpes, la arrastró hasta el río y con ella llegó a la orilla estadounidense arrastrado por la corriente. A pocos minutos encontró un caserío, paró un coche que iba conducido por una enfermera a la que le pregunto si estaba en la orilla estadounidense, y tras confirmarle que así era, von Werra se identificó como oficial de la fuerza aérea alemana, añadiendo: “soy prisionero de guerra”.
A pesar de encontrarse en un país neutral (EE.UU. lo era oficialmente pues aún no había entrado en el conflicto), von Werra no se encontraba completamente a salvo y podía ser recapturado. No hacía mucho, un prisionero que había huido de Canadá y llegado a Minnesota, había sido devuelto. En principio von Werra fue acusado de entrada ilegal en el país y fue encarcelado en Ogdensburg, pero los reporteros sensacionalistas comenzaron a interesarse por su increíble historia, y todas sus declaraciones hicieron que su huida tuviera una repercusión internacional. El cónsul alemán pagó una fianza de 15000 USD y se lo llevó a Nueva York bajo libertad condicional.
En Alemania ya sabían de su increíble escape y fue elevado a la categoría de héroe nacional, gracias a toda la publicidad internacional que se había montado en torno a él. En Canadá para reforzar los argumentos de su extradición le acusaron del robo de la canoa valorada en 35 dólares y estaban llevando a cabo grandes esfuerzos jurídicos y diplomáticos para conseguir que fuera devuelto. Los funcionarios del consulado alemán tras algunas gestiones supieron que con toda posibilidad sería devuelto a Canadá, por tanto, decidieron que lo mejor era olvidarse de la fianza y sacarlo del país.
Escribió un libro titulado “Mein flucht aus England” (Mi evasión de Inglaterra), el mismo que fue prohibido por el Ministerio de propaganda nazi, al considerarlo pro británico.
Después de la guerra, la espectacular fuga de Franz von Werra fue llevada al cine en 1956 con la película "The One That Got Away", protagonizada por Hardy Krüger, quien encarnó al piloto alemán.
Fuentes e imágenes:
1, 2, 3, 4, 5, 6
10 comentarios:
Espectacular se queda corto.
Muuuuuuacks!
Hay que buscar esa película, sin duda
Definitivamente parece ridícula su muerte después de todo lo que pasó, pero el relato fue excelente.
Besos ;)
Madre mía, que post... que cosas me enseñas!!!
Hoy ha muerto un piloto de acrobacias en Toledo... lo digo por si te interesa la noticia...
(https://notidiariooscar.blogspot.com/2010/08/muere-piloto-de-acrobacias-alex-maclean.html)
Mil besos, tipazzo!
Hola Carlos:
Es una llamativa historia, incluso porque a los prisioneros les daban suculentas comidas. Claramente no es algo muy común.
Un abrazo.
Gracias por ponernos en contacto con la "historia no contada" he hecho un curso de historia informal en sus relatos Carlos. felicitaciones y siga adelante.
Que historia, que bien llevado!
Carlos de tus mejores post, coincido con Alí, buscaré la peli.
Van besos y abrazos!
Extrañaba tus post con tanta historia por contar...
Un abrazo
cuidate
Mariella
Tienes un blog muy interesante , te felicito amigo.
Excelente artículo, Carlos. Qué historia más interesante. Muchas gracias! Besote desde la Enter.
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